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“Vivimos principalmente en habitaciones cerradas. [..] La arquitectura de vidrio [...] deja entrar la luz del sol, la luna y las estrellas, no sólo a través de algunas ventanas, sino a través de todas las paredes posibles, que serán totalmente de vidrio [...]. El nuevo entorno que habremos creado nos aportará una nueva cultura”

Así soñaba Paul Scheerbart en su famoso tratado Glasarchitektur, publicado en 1914. El vidrio siempre ha ejercido una gran fascinación en la literatura y la arquitectura: sus propiedades peculiares y contradictorias al mismo tiempo lo convierten en un elemento casi mágico.

El vidrio es tan transparente como el agua pero tan sólido como la piedra, deja pasar la luz pero puede reflejar imágenes en un juego de ilusiones, muestra y oculta, conecta espacios pero al mismo tiempo los confina y separa, nos permite ver a través sin ser vistos.

Una sorprendente fascinación por el vidrio, tan puro y simple: es un sólido amorfo, no cristalino, es inerte, no reacciona con las sustancias con las que entra en contacto. Óxido de silicio o arena de cuarzo (SiO2), carbonato de sodio (Na2CO3) y carbonato de calcio (CaCO3) son los principales ingredientes de uno de los materiales más antiguos. Sí, porque su nacimiento se pierde en la leyenda: Plinio el Viejo tuvo que recurrir a un recurso literario para reconstruir, en su tratado Naturalis historia, el origen de una materia muy extendida en los territorios del Imperio. Con toda probabilidad, su invención debe remontarse a la casualidad, a un hecho fortuito, que el hombre ha sido capaz de reproducir y transmitir. Además, en la naturaleza, la lava que se enfría rápidamente puede transformarse en vidrio, y los artefactos de obsidiana más antiguos datan de hace 30.000 años, bajo forma de cuchillos y herramientas. Hoy en día estamos rodeados de artefactos de vidrio: en las fachadas de los edificios y en su interior, como muebles o elementos decorativos, en los envases de bebidas, medicamentos y cosméticos, en los coches y aviones, en las lentes de las cámaras, los paneles solares, las bombillas, las pantallas LCD e incluso en los cables que transportan los datos de la red.

Pero el vidrio no es una narración lineal. Decaído junto con el Imperio Romano, sólo resurgió en el siglo XII. La técnica de producción de vidrio plano que se utiliza hoy en día no se inventó hasta la década de 1950, mientras que la técnica de soplado de vidrio, con más de 2.000 años de antigüedad, se utiliza para la producción de vidrio hueco.  Fueron los artesanos fenicios de Mesopotamia quienes, en el año 3.000 a.C., desarrollaron la primera técnica de producción, nacida del antiguo arte de la metalurgia.  El silicio, el sodio y el calcio se fundieron en una mezcla incandescente y luego volvieron al estado sólido en moldes. Pequeñas joyas, como cuentas, sellos y anillos… unos siglos más tarde, los egipcios comenzaron a utilizarlo para fabricar objetos huecos, recipientes para ungüentos y perfumes. Los romanos fueron los primeros en utilizarlo para cerrar las ventanas, para protegerse del mal tiempo y, al mismo tiempo, para iluminar los interiores. La ventana más antigua es un pequeño ojo de buey en las termas de Pompeya.

Una historia no lineal, que tuvo que combinarse con extraordinarias innovaciones tecnológicas y culturales para poder aplicarse a gran escala.

En los años 50, Alastair Pilkington y Kenneth Bickerstaff desarrollaron una revolucionaria técnica de producción denominada float glass (vidrio flotado), que en pocas décadas sustituyó por completo los procesos de producción de láminas de fundición, extrusión o laminación. Hasta entonces, las superficies no tenían caras ópticamente paralelas, por lo que era necesario un pulido mecánico posterior. La intuición era hacer flotar el vidrio fundido en un baño de estaño dentro de un horno de túnel.

El estaño y el vidrio no se mezclan y la pasta de vidrio fundida a 1100°C sobre el estaño adquiere una forma perfectamente plana.  El innovador método, además de reducir los defectos de producción como las inclusiones, permitió obtener un producto perfectamente plano y liso sin recurrir a operaciones de rectificado mecánico muy costosas. Pilkington ha convertido el vidrio en un producto estándar de mayor calidad, disponible a menor coste y en láminas con superficies más grandes y espesores mucho más finos. 

“El nuevo entorno del vidrio transformará por completo a la humanidad, sólo hay que esperar que la nueva cultura del vidrio no encuentre demasiados oponentes”

No sólo limitaciones tecnológicas: el vidrio se ha asociado durante mucho tiempo a la idea de fragilidad y peligro. ¿Cómo era posible desplegarse la magia del vidrio en la construcción de edificios y la organización de espacios interiores si se percibía como un peligro para la seguridad física y la de los espacios privados? Hemos asistido a una verdadera transformación cultural y tecnológica que, en conjunto, ha hecho del vidrio un material seguro y multifuncional. Hoy en día, el vidrio es elástico, resistente a la compresión y a la flexión, protege de la radiación solar y es un excelente aislante térmico y acústico. Es resistente al fuego y protege contra los robos. Lejos de ser suplantado por la ciencia de los materiales y las innovaciones tecnológicas, se ha convertido en un artefacto de alta tecnología, conservando la magia de un producto ancestral, la pureza y la transparencia de un objeto primordial, al tiempo que se enriquece con una infinidad de acabados y tratamientos.

Las fachadas pueden ser acristaladas con sistemas de tintado inteligente, activados a través de apps o comandos de voz, que filtran la luz, aseguran la privacidad y eliminan los reflejos, pero también proporcionan aislamiento térmico. No sólo no se ha inventado aún ningún material que lo sustituya, sino que está experimentando una expansión imparable. El valor del mercado del vidrio plano, que era de 38.800 millones de dólares en 2003, se duplicó en 2013 (72.000 millones de dólares) y se prevé que se duplique aún más en 2023 hasta alcanzar los 139.900 millones de dólares.

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